«Podrás tener a Perséfone de vuelta, siempre que no haya probado el "alimento de los muertos"».
Puesto que Perséfone se había negado a comer, ni siquiera un trozo de pan, diciendo que prefería morirse de hambre, Hades difícilmente podía decir que Perséfone se había ido con él de buen grado. Así que entonces decidió obedecer a Zeus, por lo que
llamó a Perséfone y le dijo con amabilidad:
—No pareces feliz aquí, querida. No has comido nada. Quizá sería mejor que regresaras a casa.
Uno de los jardineros de Hades, llamado Ascálafo, estalló en risotadas:
—¡Que no ha tomado ningún alimento, dices! Esta misma mañana, la he visto coger una granada de tu huerto subterráneo.
Hades sonrió. Llevó a Perséfone en su carro hasta Eleusis, donde Deméter la
abrazó y lloró de emoción. Hades dijo entonces:
—Por cierto, Perséfone se ha comido siete semillas rojas de una granada; mi jardinero la vio. Tiene que bajar al Tártaro, otra vez.
—¡Si se va —gritó Deméter—, nunca levantaré mi maldición de la Tierra, aunque se mueran todos los hombres y todos los animales!
Al final, Zeus envió a su madre Rea (quien, además, era también la madre de Deméter) para interceder. Finalmente, ambas diosas acordaron que Perséfone se casaría con Hades y que pasaría siete meses en el Tártaro —un mes por cada semilla de granada comida— y el resto del año sobre la Tierra